En la ribera del río Duero junto a un arroyo por donde discurre el agua, pegado un campo de parras del que se recolectan las uvas, surge la bodega de Navapalos. Ambos elementos, el agua y la uva, se mezclan para la obtención del vino que descansa en los cimientos de la edificación donde se almacena en las condiciones adecuadas para su correcta transformación y conservación de manera natural y sostenible gracias a la arquitectura bioclimática planteada.

El proyecto busca el consumo energético “cero” del edificio de manera que por si sólo pueda funcionar sin necesidad de ninguna otra aportación energética externa. Factores como el soleamiento, el caudal del río, los vientos, así como la inercia térmica del terreno solventan la demanda energética necesaria para abastecer la edificación en las distintas estaciones del año.